
Las banlieues están formadas por lo que en Francia se llaman cités: un conjunto de barras y torres de apartamentos edificados rápidamente para una población urbana en aumento después de la Segunda Guerra Mundial y el final de la Guerra de Argelia. Fueron las construcciones apresuradas de estas ciudades dormitorio llamadas villes nouvelles las que fracasaron en su modelo ciudadano y desembocaron en muchos de sus casos en ciudades gueto © Rodrigo Llopis
Quizá sólo con estos diez años de decantación haya sido suficiente para comprender lo que ocurrió en Francia con los disturbios a finales del año 2005: el paso de un régimen de conflictualidad a otro; la transición subrepticia desde un régimen de «lucha de clases» domesticada, totalmente combinada con el régimen de los partidos/sindicatos, sometida a las condiciones del Estado, hasta un régimen «salvaje» de estridencias amotinadoras y levantamientos puntuales. El paso de relevo inconsciente que tiene lugar en esta ocasión señala el agotamiento de la primera figura y de aquellos que se supone deben encarnar la rebeldía ante las condiciones del Estado y del capital, la aspiración a la igualdad y el espíritu de insumisión. El cambio de escenario que tiene lugar y cuyos límites tan sólo se han delimitado desde entonces jalona la desaparición del proletariado como agente mayor de la política que opta por la emancipación y la escalada (o el retorno) de ese agente flotante que es la plebe.
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